En esta pequeña aldea,
escondida junto al río y detrás de una frondosa chopera, llegaron a vivir unas
20 familias con sus correspondientes animales. Las casas se disponen a lo largo
de una única calle que, en su momento, debió estar llena de vida y bullicio. Aún
queda alguna silla en la puerta, en el mismo lugar en el que se sentaban los
vecinos a tomar el fresco mientras los chiquillos
planeaban las aventuras de la jornada siguiente.
El caserío llegó a contar
con luz eléctrica, no así con agua corriente, aunque la cercanía al río
permitía el abastecimiento. El cura acudía dos o tres veces al año a oficiar en
la pequeña ermita encalada, el médico y el veterinario vivían a unos 10
kilómetros, y los mozos y mozas iban al baile los domingos a la cabeza de
partido del municipio, siempre que la lluvia, la nieve y el frío lo permitían.
Trigo, cebada, remolacha
y manzanas eran la base de sus cultivos, además de pequeños huertos familiares;
cabras, ovejas y algún mulo completaban el censo agrario en el municipio.
La primera construcción
que sale al paso es la vieja escuela que contaba, en el piso superior, con casa
para la maestra. A ella acudían también los niños de masías cercanas y en ella
se celebraba el baile en las fiestas de San Jorge. El robusto muro que mira a
poniente está ahora venciéndose, quizá para dejar que la luz acaricie la
pizarra, en un último intento por insuflar algo de vida al derrotado edificio.
Se abandonó a primeros de
los 80, primero los jóvenes en busca de oportunidades y con el ánimo de olvidar
los rudos inviernos y el aislamiento, deslumbrados por las oportunidades que
ofrecían los barrios obreros de las ciudades. Después los mayores, arrastrados
por la fragilidad de la existencia en aquellas tierras.
Desde hace un año una
pareja ha comenzado a luchar en una de sus casas, con valentía y decisión,
porque los comienzos en estos lugares nunca son fáciles, aunque acompañe la
fuerza que da la certeza de conseguir un lugar perfecto, íntimo donde habitar y
compartir un proyecto común.
Por consideración a estas
personas no revelo la ubicación del lugar, cuando alguien toma la decisión de
retirarse y mantener el equilibrio que exige la vida en el campo ha de ser
respetado.
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Por otra parte, tengo intención de conservar los lugares que visito en el mejor estado posible y durante el mayor tiempo posible, por ello no doy localizaciones, a parte de los sitios muy conocidos, y por ello muy vandalizados, cuya ubicación ya cito en los textos.
No saqueo, no robo, por supuesto respeto las cerraduras que están cerradas, no rompo cosas, paso por el sitio dejándolo intacto, solo hago fotografías y disfruto mucho de lo que me rodea.