El
primer propietario de las minas de azufre de Libros fue Bartolomé Esteban y
Marín, ingeniero, diputado conservador en Madrid y Gobernador civil de Teruel, que
desde hacía tiempo las explotaba para la fabricación de pólvora. Hacia 1910 llegó
a un acuerdo con la Industrial Química de Zaragoza, que adquirió el yacimiento iniciándose
así la explotación intensiva.
En
1927 trabajaban en las minas alrededor de 400 trabajadores, procedentes de Valencia,
Castellón, Teruel, Albacete, Murcia y Andalucía en buen número de Hellín y
Lorca, que habitaban, a menudo junto a sus familias, en el centenar de
viviendas construidas por la empresa. En las épocas de máxima productividad
de la explotación llegaron a trabajar y
vivir en el barrio minero más de 2000 obreros.
La Teledinámica Turolense levantó el tendido eléctrico que permitió construir un pequeño funicular para el transporte del carbón que consumían los hornos. Se mejoraron los molinos de azufre y se construyó un ferrocarril para el transporte de los trabajadores y del mineral
A pesar de que la empresa había construido casas para los trabajadores,
llegaron a ser tantos que, en busca de algo de intimidad familiar, los mismos
mineros comenzaron a excavar casas /cueva, algunas de hasta dos o tres
estancias, en las que instalarse.
El conjunto de la
explotación fue proyectado por el ingeniero alemán Guillermo Quellenberg. En
1922 figuraban como ingeniero-director Rafael Clavería, como presidente del
consejo de administración Antonio Escudero, y como consejeros-delegados Tomás
Castellanos y Joaquín Torán.
En los meses anteriores a
la II República se constituyó el Sindicato Minero de Libros que, a finales de
1931, contaba con 101 afiliados. En agosto de 1931, siendo ministro Largo
Caballero, se constituyó el Comité Paritario del Azufre, órgano de arbitraje
regional para mediar en los conflictos entre patronos y obreros, integrado por
tres vocales de la patronal y tres vocales por parte de los trabajadores, mientras
que el presidente era designado por el Gobierno.
El azufre, que aparecía
en capas entre pizarras bituminosas, era refinado en hornos de carbón junto a
las propias minas. La producción osciló a lo largo de los años, uno de los
periodos de mayor volumen fue el comprendido entre 1914 y 1918, coincidiendo
con la I Guerra Mundial, llegándose a producir 14.000 toneladas anuales.
La actividad en la minas
era bastante insalubre y repercutía en toda el área de explotación, no sólo por
la extracción del propio azufre, sino por las nubes de humo que cubrían todo el
poblado y el enorme calor que despedían los hornos. Por ello los mineros
preferían seguir viviendo en las cuevas por ser más impermeables al calor y a
la extrema sequedad que las casas de la empresa.
El poblado se desmanteló
a partir de 1956, momento en que la explotación dejó de ser rentable, primero
la empresa se fue llevando maquinaria, utillajes, vigas y todos los elementos de
madera de las edificaciones, y después, los vecinos de la zona fueron
reutilizando las piedras y otros elementos para construcciones agrícolas y
ganaderas.
Julián Martínez, natural de Torrebaja, recuerda que se desplazaba, cuando era niño, con su padre en un mulo para vender en el poblado minero verduras y frutas que cultivaba su familia. Allí corría el dinero y había mucha alegría, afirma. Las fiestas eran buenísimas y el trenecillo en el que se transportaba el azufre hasta el almacén era magnífico.
En 1960, casi coincidiendo con el cierre de las minas de azufre de Libros, Julián marchó a Francia en busca de oportunidades laborales, pero en cuanto se jubiló volvió a España. La nostalgia lo llevó muy pronto hasta el poblado minero, ya abandonado y con un aspecto muy distinto al que él conoció de niño.
Animado por personas de su entorno, en 2004 comenzó a quitar los escombros acumulados en las casas/cueva y a realizar en ellas labores de apuntalamiento y albañilería, él mismo se encargó de subir hasta el poblado en una furgoneta el agua, los materiales y las herramientas necesarios para las tareas de recuperación. Luego las decoró con muebles y objetos antiguos, muchos de ellos donados por vecinos de Libros, que recrean cómo sería la vida en estos hogares bajo tierra. La vida no era fácil aquí, pero la gente se encontraba muy a gusto, dice.
Julián Martinez, Torrebaja 2011. Fotografía de Alfredo Sánchez Garzón
Julián Martinez ha llegado a rehabilitar 14 de las 130 cuevas existentes, él solo y sin ninguna ayuda institucional. Cuenta con orgullo que cientos de personas visitan cada año sus cuevas restauradas. Y es curioso que, a pesar de estar abiertas, sin vigilancia y expuestas a la intemperie, se mantienen en buen estado y son respetadas, casi religiosamente, por todos sus visitantes, impresionados por la fuerza del proyecto soñado por un hombre de 84 años.
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Por otra parte, tengo intención de conservar los lugares que visito en el mejor estado posible y durante el mayor tiempo posible, por ello no doy localizaciones, a parte de los sitios muy conocidos, y por ello muy vandalizados, cuya ubicación ya cito en los textos.
No saqueo, no robo, por supuesto respeto las cerraduras que están cerradas, no rompo cosas, paso por el sitio dejándolo intacto, solo hago fotografías y disfruto mucho de lo que me rodea.